Hola lectores!
El último día de nuestra semana de la poesía ha llegado, y para
despedirlo, analizamos por una vez más un trabajo poético, esta vez de la
uruguaya Juana de Ibarbourou, con un poema a la terquedad, el orgullo, y el
despecho.
DESPECHO
¡Ah, qué estoy cansada! Me he reído tanto,
tanto, que a mis ojos ha asomado el llanto;
tanto, que este rictus que contrae mi boca
es un rastro extraño de mi risa loca.
Tanto, que esta intensa palidez que tengo
(como en los retratos de viejo abolengo)
es por la fatiga de la loca risa
que en todo mi cuerpo su sopor desliza.
¡Ah, qué estoy cansada! Déjame que duerma;
pues, como la angustia, la alegría enferma.
¡Qué rara ocurrencia decir que estoy triste!
¿Cuándo más alegre que ahora me viste?
¡Mentira! No tengo ni dudas, ni celos,
Ni inquietud, ni angustias, ni penas, ni anhelos,
Si brilla en mis ojos la humedad del llanto,
es por el esfuerzo de reírme tanto...
La autora nos dice con el título que el poema
trata sobre el ''despecho'', y a continuación asegura estar feliz, estar
cansada de reír; dice que ''este rictus que contrae mi boca es un rastro
extraño de mi risa loca'', aunque desde
ya sabemos que nos miente, que en realidad ha estado llorando, y no de
felicidad.
Ibarbourou ralla en lo irracional, atribuyendo
su desgaste, su frágil cuerpo corroído por la tristeza, a la risa, asegurando
en la segunda estrofa que su palidez no es más que consecuencia de sus
carcajadas.
La autora nos causa pena y compasión, pues al
parecer rechaza cualquier ayuda, cualquier preocupación ajena, diciendo que
nunca se ha encontrado más feliz, a pesar de que todo apunta hacia lo
contrario. La mujer dice ''Déjame que duerma'', y afirma orgullosa y terca que ''la alegría enferma''.
Su fachada en vano, pues para todos queda
claro que la mujer en su interior vive iracunda e impotente, mas pronto deja
escapar las emociones suprimidas, asegurando llena de furia que no tiene ''(...)
ni dudas, ni celos, ni inquietud, ni angustias, ni penas, ni anhelos (...)''; la
autora nos deja con la duda de cuál es la naturaleza de aquellos ánimos, el por
qué de toda su triste dejadez.
Las primeras tres emociones que la mujer asegura
no tener demuestran rabia, y cuando habla de penas, traiciona la tristeza
que inútilmente intenta ocultar; finalmente, al decir que tampoco tiene
anhelos, la autora deja ver qué tan triste y desolada estaba, claramente había perdido el afán de vivir y las ganas de lograr
grandes cosas.
Ibarbourou concluye diciendo una vez más que
aquella humedad en sus ojos no son más que el resultado de la risa, y la
constante repetición nos dice que está resentida, que oculta su tristeza por orgullo,
pues no quiere darle el gusto a quien la ha herido, y prefiere afirmar que se
ha reído en cantidad, tal vez como promesa de venganza.
Este poema cuenta, según mi parecer, la historia de
una persona fuerte, que ha sufrido grandemente y tiene derecho a llorar, pero
que aun así no se permite el gesto de debilidad. Dicha persona ha
llorado hasta el cansancio, llengando al punto en que se siente despechada, siente que lo que le ha
sucedido la ha despojado de su humanidad, y le ha quitado sus dudas, celos,
inquietudes, angustias, penas, y anhelos. En aquel momento la mujer se siente
vacía, y su vida es un ciclo sin sentido para ella. Pienso que el poema relata
aquel ciclo, durante un período indefinido, quizás porque el tiempo también
había perdido significado.
Son versos tristes, aunque representan el
despecho a la perfección, y demuestran todo el daño que el mismo puede tener en
un ser.
Juan de Ibarbourou
Nace el 8 de marzo de 1892 en Cerro
Largo, Uruguay. Hija de españoles residentes en Uruguay, Juana asegura haber
tenido una niñez feliz e irrepetible.
Escritos entre 1918 y 1921, sus primeros
tres poemas fueron llamados Las lenguas de diamante, El cántaro fresco, y Raíz
Salvaje, y en Montevideo, al que se mudó a la edad de 18 años, residió hasta su
muerte.
Cuando cumple veinte, la joven adopta el
apellido de su cónyuge, y seis años después es apodada ''Juana de América''.
En 1947 empezó a formar parte de la
Academia Nacional de Letras, para tres años después presidir la Sociedad
Uruguaya de Escritores. Fue premiada en España cinco años más tarde, y en 1959
se convirtió en la primera en recibir el Gran Premio Nacional de Literatura,
para veinte años más tarde fallecer, siendo honrada con un día de duelo
nacional, y convirtiéndose en la primera mujer uruguaya en ser enterrada con
honores de Ministro de Estado en su país natal.
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